He estado días atrás de vendimia en los viñedos de Bodegas Mento. Ha sido una experiencia inolvidable.
Ya había degustado en distintas ocasiones su vino, y tenía una imagen muy concreta de sus productos.
Según llegué a su bodega, Luisa Sánchez, la dueña, me mostró lo que ya habían depositado en sus contenedores. Tuve oportunidad de ver, oler y degustar el mosto. Lo que más me llama la atención de su vino es su intensidad. Para la vista, en nariz, en boca. Todo en él es intenso.
Posteriormente pasamos a sus viñas. Me pasé un par de horas o tres siendo uno más recogiendo la uva. Hacía un día fantástico de sol. Pude oir los distintos ruidos que hay en el campo durante la vendimia. Son muchos y variados.
En algún descanso pude probar esa uva recién arrancada. Recordé en ese momento muchas de las sensaciones que había tenido al paladear ese vino ya en botella. Y ahí estaba la uva de donde venía. Inconfundible.
Volvimos a bodega. Pude presenciar el proceso de recepción, selección, análisis, de introducción del mosto en los contenedores.
Se respiraba el ambiente y la tensión de las grandes ocasiones para la bodega. Por ello, procuraba ayudar y sobre todo, no molestar.
Tuve la oportunidad de conocer a la enólogo de la Bodega. Ella se mostró muy amable conmigo explicándome los distintos análisis y comprobaciones que iba efectuando para asegurarse que todo estaba bajo control. Volvió a invitarme a oler y probar el mosto y me dijo con una voz de alguien a quien le encanta su trabajo… “¿Verdad que el mosto está perfecto?
Todo lo que yo viví ayer viernes me recordó a algo que no tiene nada que ver con la vendimia. Me recuerda a lo que es para mí la Semana Santa sevillana. Ya he acudido en repetidas ocasiones a este evento, y lo que más me llama la atención del mismo no es la Virgen, ni la procesión en sí. Lo más atractivo para mí es el interés, la atención, la devoción, la pasión de los sevillanos por cada uno de los pasos que visitan. En esos pasos, yo más que mirar a la Virgen a quien miro es a los que vienen a verla con esos ojos tan brillantes, tan llenos de vida.
Eso mismo es lo que yo vi el viernes, haciendo la vendimia. Una atención, una concentración, un interés, una tensión, una pasión… De ahí no podía salir más que un buen vino.
Cuando llegué a casa a altas horas de la noche no pude resistirme a abrir una botella de Bodegas Mento. Y sentí como que abría la lámpara de Aladino, porque recordé al oler esa botella y degustar su vino, los ruidos y olores del campo, el sabor de la uva recién arrancada, el esfuerzo, la meticulosidad, el cariño, la atención y el mimo que todos, desde los propietarios y la enólogo, hasta el último operario transmitían mientras trabajaban.
Muchas gracias a Luisa y Franco por permitirme tener una experiencia tan completa.